Soy una persona que ve poco. En la numerología médica se dice que veo 1 de 10. Esto no significa que de diez minutos hay uno en el que veo y 9 en los que no, sino que si una persona ve bien a una distancia de 10, yo lo hago a una de 1. No creo que un oftalmólogo esté totalmente de acuerdo con esta explicación, pero así es más simple de explicar y creo que se asemeja bastante a la realidad.
Nací así, por lo que no conozco otra forma de ver y estoy bastante acostumbrado. En mi vida cotidiana no veo los nombres de las calles desde la vereda de enfrente, no manejo, freno todos los colectivos y camiones con formas de colectivos para tomarme uno, voy al cine en fila cuatro, le he puesto sal al café en más de una ocasión, y en la heladería no veo la lista de helados, por lo que siempre pido “el dulce de leche más raro que tengas”. No me sirven los anteojos.
Empecé a trabajar cuando comencé la universidad. Vivía lejos de Capital (donde trabajaba y estudiaba), por lo que tres horas por día estaba viajando en colectivos llenos de gente… Por eso decidí mudarme a Capital, aunque no era de mi agrado. Donde vivía antes solo frenaba tres colectivos para tomarme el mío, en Capital frenaba veinte. Me chocaba los toldos de las tiendas mientras caminaba, y ni hablar de pisar baldosas flojas y caca de perro por la vereda segundos antes de entrar al trabajo.
Exageración aparte, ahí tenía demasiadas cosas para ver al mismo tiempo, y mi campo visual es reducido. Si miro una vidriera veo la vidriera y nada más.
Asi que me mudé a Tandil, un lugar con mayor tranquilidad. Pero el trabajo que había conseguido se me escapó a los 15 días de haber llegado. Me echaron por mi dificultad visual. Era la segunda vez que la vista me traía algún problema laboral. La primera había sido en Buenos Aires. En esa ocasión, dudaban en contratarme porque a la Aseguradora de Riesgo de Trabajo le parecía peligroso, aunque nunca haya tenido un accidente por la calle. Igualmente después de dos meses de idas y venidas fui contratado.
La cuestión en Tandil fue diferente. Habíamos hablado sobre el problema visual antes de que me contraten, pero al verme en acción, con las hojas que tenía que leer a centímetros de mi cara, decidieron echarme a los quince días, antes de hacer efectiva la contratación.
Tras ese golpe, decidí quedarme en Tandil y buscar un nuevo trabajo. Pensé que iba a resultar más fácil, pero no lo fue. Mientras llenaba planillas de Excel con teléfonos de empresas como trabajo momentáneo, empecé a dar clases de Periodismo por mi cuenta en el garaje de un hostel, hice radio y armé mi propio blog de humor. Me divertía, pero de trabajo poco y nada. Fui periodista por cuatro meses para un portal local y el trabajo que buscaba mientras hacía estas cosas no llegaba.
Un día me comentaron de una nota en el diario sobre el trabajo remoto (¡Mira este caso de éxito Workanero sobre esta modalidad de trabajo!). Había cuatro empresas que nombraba el artículo y probé suerte en las cuatro. Workana me resultó más amigable y de hecho fue en la primera y única plataforma de trabajo freelance que gané un proyecto. Empecé a escribir sobre viajes para un cliente de Perú, después para una revista online de España dirigida a los Millenials, después redacción SEO cuatro horas por día para un cliente español, y finalmente me contactaron para entrar a trabajar para Workana.
Después de dos años de intensa búsqueda laboral, ahora iba a empezar a trabajar desde mi casa para Workana, haciendo algo que me gusta, con desafíos, desde cualquier lugar con wifi y sin gente de buenas intenciones que me vea en la PC y me diga “¡Te va a hacer mal ver desde tan cerca!”
El trabajo remoto no solo me permite levantarme y ponerme dos medias de distintos colores sin tener que preocuparme por lo que va a decir la gente, sino que me permitió mudarme a Santa Clara del Mar (a 3 cuadras de la playa), y a dos de la antena de internet del pueblo, y sin tener que cambiar de trabajo.
También me facilita muchas otras cuestiones que antes me traían dificultades en un trabajo. Voy a dar un solo ejemplo para no extenderme. En una oficina cuando alguien me explicaba algo me decía “vení, acercate”, y compartíamos la PC mientras me explicaba. Como tengo práctica en escuchar sin ver el pizarrón, algo podía entender de estas explicaciones y luego con mi computadora, me tomaba mi tiempo para explorar lo que me habían explicado. Esto era así porque cuando estoy con otra persona con una sola máquina, o ve él o veo yo. No hay otra. Ahora me comparten pantalla vía hangout. Se acabó el problema. Y ni hablar de que ya no me llevo el saco azul de mi jefe cuando mis pantalones de traje eran grises.
Ahora organizo mi trabajo, mi forma de vestir, no viajo tres horas por día, no freno diez colectivos y dos camiones, no hago doble trabajo por mi vista, no me paso horas buscando el café en una cocina porque alguien lo movió, me mudo cuando quiero, veo las presentaciones sin tapar la mitad de la pantalla, etc.
En fin, a través del trabajo remoto trabajo cómodo, dando lo mejor de mí, contento, entusiasmado, por objetivos, y con autonomía, entre otras cuestiones. Trabajo un poco Stevie Wonder y otro poco Frank Sinatra. “A mi manera”.
Me permití todo esto, y en gran medida lo logré gracias a Workana.
Lucas Moore.
Lucas (@lucasgmoore) trabaja en Workana en el área de Soporte y Moderación, ¡mira su perfil profesional!
Comments are closed.