Si veinte años no es nada según el tango, uno estaría tentado a pensar que cinco años es menos que nada, un cuarto de nada para ser precisos, y que pocas cosas importantes pueden cambiar realmente en cinco años, y sin embargo… Workana está cumpliendo su primer lustro y a mí me toca escribir un post sobre eso.
Me toca contar una historia que una los sucesivos hitos desde aquel piloto que fue la versión inicial del sitio hasta el producto world class que es hoy, e intente ilustrar -no sin alguna que otra torpeza narrativa- acerca de cómo esta idea fue transformando la vida laboral de miles de personas, entre las que sin dudas estoy incluido.
El resultado de contar esta historia objetivamente, es decir: detalle por detalle, dato por dato, fecha por fecha, sería un aparatoso ensayo congestionado de gráficos con comentarios al margen, gifs animados hilarantes, y conclusiones estadísticas inauditas, entre otras barbaridades; y aún así el relato seguiría empapado de mi opinión personalísima. Algo así como un artículo de Wikipedia. Para evitar semejante atrocidad, decidí simplemente contar mi historia dentro de la plataforma, que nace unos pocos meses después de que la primera versión de Workana viera la luz. Vamos a iniciar este racconto con un poco de contexto de aquellos días:
Septiembre de 2012, en algún lugar del interior de Argentina.
Un estudiante de segundo año de ingeniería cree, en su infinita inocencia, haber terminado de resolver el embrollo algebraico que lo atormenta desde hace días y decide que es momento de tomarse un merecido recreo. Deja la calculadora y la taza de café casi frío sobre la parva de apuntes que empapela el escritorio y, en un movimiento como de autómata, da media vuelta sin despegarse de su crujiente silla giratoria hacia otro escritorio donde reposa una laptop que servirá de entretenimiento durante los próximos minutos.
A ver las noticias, pensó. El mundo es un lugar donde suceden cosas terribles: El panorama de empleo para los jóvenes empeora en todo el planeta y Blackberry anuncia sus flamantes nuevos modelos que prometen comerse el mercado. Pero no todo está perdido, porque Messi estampa un golazo de tiro libre en Córdoba para dar un paso más hacia Brasil 2014 (Mensaje desgarrador desde el futuro: ¡Era por abajo, Palacio!). Para este universitario las señales del mercado están bastante claras: A menos que seas Messi, conseguir un trabajo que puedas disfrutar está complicado. Entonces tiene una ocurrencia que más tarde agradecerá:
Alguna vez escuchó al voleo a alguien -un profesor, acaso- mencionar la posibilidad del trabajo freelance, que permitía trabajar de manera remota, gestionando uno mismo los tiempos y las exigencias.
Una rápida búsqueda en Google lo deposita en una plataforma web que promete conectar a profesionales freelance con trabajos remotos de manera segura. Por supuesto, aquel universitario era yo y esa promisoria plataforma era Workana. Me tomó apenas unos minutos entender el funcionamiento del sitio, me registré como freelancer dejando algunos datos en mi perfil, y navegué a través de aquella interfaz todavía algo rústica pero ciertamente intuitiva hasta dar con la sección de trabajos freelance, donde aparecían unas pocas decenas de proyectos abiertos. Sin más preámbulos me lancé a hacer mis primeras propuestas, que seguramente me avergonzarían si las leyera ahora mismo, hasta que conseguí convencer a un cliente desprevenido que debía contratarme. Ese primer trabajo fue programar una sencilla aplicación en lenguaje C que me tomó algunas horas terminar.
Envalentonado por aquel primer trabajo, empecé a dedicar más tiempo a ganar nuevos proyectos. Sin tener una noción cabal de lo que estaba haciendo, comencé a construir una carrera freelance sin un manual que me guíe: Fui completando mi perfil, actualizándolo periódicamente con las habilidades que iba incorporando, y mejorando día a día las propuestas que redactaba.
A partir del aventón inicial, fueron más de 30 proyectos completados. En cada proyecto sucesivo la complejidad que debía atacar fue increscendo, y también mi experiencia profesional.
Muchos clientes decidían contratarme luego de manera permanente para dar soporte a los sistemas que desarrollaba, o para implementar nuevas funcionalidades. El lanzamiento de los proyectos por hora con diario de trabajo me ayudó enormemente a gestionar ese tipo de relación a largo plazo, dado que la cantidad de trabajo variaba de una semana a la otra.
También fue mejorando la competencia: Cada semana, cientos de nuevos profesionales de todo Latinoamérica se unían a la plataforma y hubo que seguir mejorando y buscando factores de diferenciación. Pero no sólo se multiplicaron los freelancers sino también los proyectos que se publicaban. Se fueron agregando nuevos métodos de pago locales que permitieron el ingreso de más clientes y el resultado no se hizo esperar: Cada hora se publicaban nuevos proyectos de la más variada especie en cuanto a tecnologías requeridas, necesidades de negocio, y escala de complejidad. La diversidad de proyectos, sumado a la velocidad con que aparecían y una competencia que ponía la vara alta conformaron un combo de tres aspectos que empezaban a configurar un mercado con una dinámica por demás atractiva. Esa dinámica se mantiene en ebullición hasta hoy, y si se me permite una pequeña licencia en las artes adivinatorias, creo que va a seguir dando mucho más de sí en los próximos años.
Sobre finales de diciembre de 2013, casi un año y medio después de mi primera incursión como freelancer dentro de la plataforma, recibí un correo de Mariano, cofundador de Workana a cargo del equipo de desarrollo. En un lacónico mensaje de presentación me contaba cómo estaba construida la infraestructura tecnológica que daba soporte al sitio, y me proponía una prueba de unos días para sumarme al equipo de desarrollo. El stack de tecnologías empleado me era casi por completo desconocido. Acoplarme a un equipo de desarrolladores de alto nivel en marcha, usando un conjunto de tecnologías poco conocido era aceptar un desafío importante y asumir grandes riesgos en iguales proporciones. A mi juego me llamaron: Acepté inmediatamente y dos semanas más tarde recibí la bienvenida definitiva al equipo de Workana. Desde aquel día soy, además de un viejo usuario de la plataforma, parte del team que hace posible su funcionamiento, y eso me enorgullece enormemente.
Hasta entonces ya me era difícil conjugar horarios de clase con los proyectos freelance, pero el agregado de participar como miembro del equipo de Workana redoblaba la apuesta. Si en aquel momento hubiera tenido que agregar un ítem a la lista de skills de mi perfil, sin dudas tendría que haber sido el de equilibrista: Durante el breve período en que sostuve aquellas tres tareas al mismo tiempo, más de una vez me encontré escribiendo código sigilosamente durante una hora de clase para poder llegar a hacer una entrega, o acostándome muy tarde luego de sesiones maratónicas de trabajo y estudio. Este nivel de exigencia no podía durar y yo lo sabía, por eso al pensar y repensar una solución caí en la cuenta de que la respuesta estaba justo en la universidad: Conseguí convencer a dos compañeros de la facultad para fundar un grupo de trabajo que aborde los proyectos con los clientes que ya tenía y que saliera en busca de más desafíos.
Esta fue la primera gran lección que aprendí como freelancer: Es muy difícil (por no decir imposible) escalar un negocio de manera individual, sin delegar trabajo en un equipo en el que se pueda confiar.
Así, abandoné virtualmente mi perfil personal para dar paso a Kiwing, un equipo de freelancers. Y parece que el experimento funcionó porque hoy Kiwing consta de diez profesionales enteramente dedicados a desarrollar proyectos dentro de la plataforma, para clientes de diversos puntos de Latinoamérica y España. Muchos de esos clientes eligen recontratar a Kiwing proyecto tras proyecto, haciendo que el perfil de la empresa se mantenga siempre entre los primeros lugares en el ranking, y llegando a estar en algunas oportunidades primero sobre… ¡Más de 700 mil freelancers! Mientras tanto, yo puedo dedicarme enteramente a hacer mi aporte para que Workana sea un producto cada día más increíble, al nivel de los grandes players mundiales.
Sin dudas, en el último año la plataforma ha dado un gran salto de calidad. Me tocó ver desde adentro cómo el equipo de frontend encaró la tarea titánica de implementar la nueva interfaz, mucho más moderna, intuitiva y ágil que la anterior, compatible con todo tipo de dispositivos. Pero lo mejor aún está por venir, porque pronto verán la luz dos grandes novedades: Workana Store, un market para contratar freelancers directamente para tareas específicas sin necesidad de crear un proyecto y evaluar propuestas, y la aplicación móvil que facilitará el trabajo diario de los profesionales.
Me gusta pensar que mientras escribo estas líneas hay alguien en otro punto remoto de Latinoamérica descubriendo el trabajo freelance como yo lo hice hace cinco años. Una diseñadora gŕafica en Temuco, un redactor en Barranquilla, un arquitecto en el DF o acaso una ingeniera en Caracas decidirán ser freelancers ahora mismo, y uno de ellos será quien escriba este mismo post evocativo para los 10 años de Workana.
El concepto de trabajo parece estar cambiando enormemente a medida que las nuevas generaciones se suman al mundo laboral: El trabajo como forma de libertad. El freelancing como forma de trabajo. Workana como kilómetro cero del trabajo freelance.
Charly Frutos,
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