Cada tanto, y casi sin darnos cuenta, nos embarcamos en una de esas experiencias que marcan una diferencia. No sabemos bien cómo llegamos ahí… “Debe ser divertido, todos se anotan, siempre fui bueno para las cuestiones manuales, de esta organización ya escuché varias veces…”
9 workarenos se subieron a un barco llamado “Un Techo Para Mi País” y construyeron una casa para Diana y su familia. La historia también podría ser que 9 workarenos, casi 10 (porque hubo un lesionado) se subieron a un barco llamado “Un Techo Para Mi País” y construyeron una casa para Diana y su familia, bajo el rayo del sol, con protector 50, sin ningún entrenamiento, sin ningún conocimiento, con unas pocas herramientas, con barro, cansancio y dolor en los pies.
Pero la historia que queremos contar no es esa. La que marca la diferencia no es la historia de nuestros pies, sino la historia de cómo 9 workarenos se subieron al barco que mencionamos y de algún modo, increíble e inexplicable, le dieron a Diana y su familia un hogar.
Al principio todo era barro. Del barro surgieron 15 pozos y en los pozos se levantaron los pilotes que serían los fundamentos de la construcción. En los pilotes se apoyaron las vigas, que a su vez serían las bases para el piso. Pozo, pala, pilote, escombros, escuadra, nivel, ningún acto divino intercediendo acá, y pozo-pala-pilote-otra vez que faltó ¡1 cm!
Y así se fue el día, al grito de ¡Miguel! (el que mide el nivel) y de la fuerte mano cavadora de Sibelius (y más tarde la de su hermano fachero que hizo un upgrade en nuestros pozos). Llenos de tereré y recelo ante el avance inminente del vecino, colgamos los guantes por el día e hicimos la danza de la foca saludando al sol.
El segundo día se hizo la luz. La casa empezó a cobrar vida, se erigió a lo alto y nos dio sombra; tan añorada sombra. El trabajo encontró su ritmo al tic tic tic tac del martillo, mientras pasaba de mano en mano la Manaos Cola y una parrilla improvisada perfumaba el ambiente. Algunos trepaban al techo para construir, otros sólo a contemplar cómo el barrio de El Fortín se transformaba con sus 23 nuevas casas.
Hacia el final del día, nuestra comunidad de voluntarios se había multiplicado y la casa de a poco se fue tiñendo de blanco. Una fiesta de colores dio lugar a la inauguración y marcó la hora de nuestra partida.
Una mezcla de satisfacción por haberlo logrado y tristeza por llegar al final del recorrido selló nuestros abrazos. Nos fuimos sabiendo que ese día Diana y su familia habían ganado una casa, y nosotros un recuerdo para toda la vida.